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ODISEA DE LA PUBLICACION DE UN LIBRO

 

A mi regreso a Chile en septiembre de 1960, después de dos años de estudios en Estados Unidos, el Dr. Jochen Kummerow, Jefe del Laboratorio de Fisiología Vegetal, donde yo había sido transferido, me aconsejó dedicarme a la investigación de los “Hongos Superiores de Chile”, tema abandonado en el país desde el fallecimiento, años antes, del recordado micólogo del Museo Nacional de Historia Natural, don Marcial Espinoza.  Me sugirió, también, escribir un manual, profusamente ilustrado, destinado a la identificación de las setas o callampas más comunes en Chile. Además, hacer otro texto para la identificación de las plantas nativas de Chile (esta misma proposición me la había formulado, con anterioridad, don Gualterio Looser, en esa época el botánico más prestigiado de Chile y el más acreditado internacionalmente). Debo mencionar también que tanto los Dres. Guillermo Mann Fischer como el Rector de la Universidad de Chile Dr. Juan Camilo Gómez Millas, mis magnánimos benefactores, ya en 1958 me aconsejaron orientar mis esfuerzos hacia la producción de textos científicos y de difusión cultural sobre temas chilenos. Me manifestaron, más de una vez, su creencia que mi mejor desempeño  lo podía rendir al publicar obras de difusión cultural. Al respecto, en 1976, don Jorge Caballero, ilustre pintor, profesor y Director de la Escuela de Bellas Artes, me enseñó a expresar el contenido de  los libros, no con palabras, las cuales a su juicio podían ser engañosas, sino con imágenes las cuales son más decidoras y veraces. Nunca olvidaré sus palabras: “Si las imágenes son bellas, el libro será hermoso, si además son útiles, el libro será hermoso y útil”.

Para mi desgracia, rechacé la producción del atlas botánico, pese a que los Sres. Looser y Kummerow habían ofrecido apoyarme con sus grandes conocimientos, en la taxonomía de las plantas chilenas y en 1965, el entonces Ministro de Educación, don Juan Camilo Gómez Millas, ofreció otorgar diez mil dólares para su publicación. De haber aceptado la sabia indicación de mis grandes maestros pudiese haber publicado ese texto botánico en menos de un año.

En cambio, tras seis años de duros esfuerzos con la insustituible colaboración de mi maestro el Dr. Rolf Singer, bajo cuya dirección trabajé y aprendí durante dieciocho meses taxonomía de Agaricales, di por terminado “Hongos de Chile. Atlas Micológico” y lo presenté a la Comisión de publicaciones de la Universidad de Chile en julio de 1967. La publicación de la obra fue aprobada y se iniciaron los trámites respectivos.

En esa época la impresión en colores debía hacerse  en Europa. En Chile era poco satisfactoria y demasiado costosa. La Comisión de Publicaciones tenía escasas disponibilidades presupuestarias ya a esas alturas del año 1967. Parecía aconsejable esperar hasta 1968 o una mejor oportunidad  en tiempos futuros.    

 

Influyeron decisivamente en la postergación, ojalá por ellos indefinida, de la edición de esa obra, los denodados esfuerzos de dos influyentes profesores universitarios: un agrónomo botánico, paradigma de celos y envidias profesionales y un veterinario aficionado a la genética y a las intrigas, quienes con una odiosidad no muy diferente a la de Caín por Abel,  desacreditaban infatigablemente, en todas las esferas, a la obra y al autor de “Hongos de Chile”. Las verdaderas razones que movían a estos dos individuos eran de una mezquindad antológica.

Sobrevino entonces el funesto año 1968. Don Juan Gómez Millas renunció al cargo de Ministro de Educación, debido a los desórdenes y dificultades que oponían los estudiantes a su labor ministerial y a la aceptación gubernamental de aquellos actos subversivos que tenían el “mérito” de mortificar también  a la derecha política, lo cual los hacía gratos a los gobernantes de entonces. La otra gran desgracia que sobrevino en 1968 fue la toma de la Casa Central de la Universidad de Chile y el comienzo de la reforma universitaria que mantuvo paralizada la Universidad durante todo  ese año.

Debido a tales trastornos se postergó indefinidamente la publicación de “Hongos de Chile”. Durante 1970 a 1973 la Rectoría (el Rector Don Eduardo Boeninger, que antes de asumir su cargo debió someterse a tres procesos eleccionarios debido a las peticiones políticas abusivas de elementos ajenos a la Universidad) no se disponía de fondos para la impresión de una obra de tan alto costo.

Luego vinieron los rectores delegados, cuyos esfuerzos estaban dedicados especialmente a “depurar” la Universidad de los elementos marxistas a  juicio de algunos informantes mal intencionados,  que, incluían en el lote de réprobos a muchos de sus adversarios personales, sin considera para nada su tendencia política.

En 1977 comencé a trabajar en La Facultad de Ciencias de nuestra Universidad. Por supuesto continué con la agonía de los trámites para publicar “Hongos de Chile”. Las autoridades de la Facultad de Ciencias, muy especialmente los Sres. decanos Camilo Quezada y Víctor Cifuentes, me prestaron  un total e incomparable apoyo, desde 1977 hasta 2019), para lograr esa publicación y las subsiguientes, ayuda que nunca podré agradecer lo suficiente, aunque viviera yo cien años más proclamando su magnificencia.

En 1985, ocho años después que el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Chile aprobara la publicación de “Hongos de Chile”, el Editor de la Editorial Universitaria me informó del renovado interés de la Editorial por publicar esa obra, parte de cuyo contenido que incluía 53 ilustraciones a color, había sido ya dado a conocer, por el “Boletín Micológico”, editado entonces por el Dr. Eduardo Piontelli en Valparaíso. Lo impreso en la revista ascendía a la quinta parte de la obra y daba una idea acertada como sería ella en su totalidad. La publicación se pudo realizar gracias al generoso apoyo otorgado por FONASA,  don Luis Valentín Ferrada y el Dr. Luis Ferrada.

Cuando ya “Hongos de Chile” estaba  lista para ir a la imprenta universitaria, un “amigo” no se de quien, no mío en todo caso,  le sugirió al Editor que sometiera la obra a la opinión de un piño de “botanistas o plantólogos” sureños autores de algunos conocidos trabajos de recopilación botánica  (no de botánica explorativa o de recolecciones de plantas desconocidas para el país, sino solamente de relatar y, por supuesto, muchas veces despreciar o ignorar deliberadamente el trabajo de otros autores) y que por esta “hazaña” se consideraban calificados para constituir una especie de tribunal botánico y simultáneamente jueces  facultados para rechazar y desprestigiar al trabajo y a la persona de otros investigadores, aunque ni siquiera los hubieran visto nunca personalmente. Acaudillaba e inspiraba a estos pseudo-magistrados, un sujeto co-autor o segundón de diversos textos algunos de ellos de reconocida utilidad.

Recuerdo que en una reunión científica en 1993, uno de estos individuos tuvo la insolencia de gritarle al autor de un meritorio trabajo sobre protozoos de agua dulce, que lo expuesto por él era sólo una mentira. El insolente parecía desconocer la diferencia existente entre un error involuntario y una mentira… El gran entomólogo y gran señor  Dr. Ariel Camouseight, al final, en una interpelación directa a la tropilla “sureña”, les dijo pausada y serenamente: “a ustedes les falta tradición”… Todos entendimos que el ilustre  sabio estaba dando a entender que a los sabiondos provincianos les faltaba clase”.

El cabecilla de esa banda de criticones comunicó a la Editorial Universitaria que “Hongos de Chile” era impublicable, a pesar de que se les envió una separata de lo dado a conocer por el Boletín Micológico.

Por un “amigo a veces”, supe después que “Hongos de Chile” ya se había publicado en 2001, como  los “sabiondos provincianos” llamaban a mi obra el “libro póstumo”. Mi único comentario fue: “¡Hasta en eso se equivocaron!”. En todo caso, ahora con mayor perspectiva se ve como esas “eminencias botánicas” tan capaces para difamar a un trabajo útil y a un hombre serio y honrado, fueron tan increíblemente incompetentes e incapaces de escribir una obra que siquiera igualara el aporte de “Hongos de Chile. Atlas Micológico” al conocimiento micológico chileno de entonces y permitiera iniciarse en esta ciencia a muchos otros jóvenes estudiosos en ella interesados.

Durante los próximos quince años continué con mis gestiones para  publicar “Hongos de Chile” solicitándolo a diversos bancos y algunas grandes empresas a sabiendas que muchos conocedores de mis trámites, rechazos  y humillaciones se burlaban de ellas y de mi persona. Algunas gentes, desconocidas, tal vez por divertirse, me llamaban por teléfono a la Facultad para comunicarme que iban a hacer un libro  sobre los hongos chilenos. Mi comentario: “Ojalá para imprimirlo tengan más suerte que yo”.

En agosto de 1999 el Sr. Decano de la Facultad de Ciencias, don Camilo Quezada, dio orden que se digitalizara las fotografías de “Hongos de Chile”. Durante el año 2000 por mi cuenta trabajé con un diseñador  y la obra quedó lista para imprimirse. En enero de 2001 don Camilo Quezada, magnánimo benefactor mío y de muchos otros universitarios y a quien Dios bendiga eternamente, me llamó para informarme que tenía fondos disponibles para la publicación de la obra y que iniciara el proceso respectivo.

Así, tras 34 años de espera y 40 desde que en 1961 comenzara a hacerlo, salió “Hongos de Chile”, con fotografías en color y descripciones macroscópicas y microscópicas de 262 especies fúngicas, casi la mitad de ellas por primera vez, (esas  cincuenta ilustraciones en color incluyen  especímenes “tipos” de Singer, Moser, Horak, Lazo)  además parte significativa de la información necesaria para dar a conocer los hongos venenosos y los comestibles.  Presta de este modo una ayuda útil y necesaria para los micólogos y botánicos en  especial y al parecer, a muchos otros ciudadanos porque a los tres o cuatro años de estar en venta, la edición se agotó. En 2015 se imprimió una segunda edición.

Muchos micólogos actuales me han comentado que si  “Hongos de Chile”  se hubiera dado a conocer 34 años antes cuando su publicación fue autorizada, el desarrollo de la ciencia micológica hubiese mucho mayor en nuestro país, pues los  interesados en aprender esta disciplina, en esa época carecían de un texto guía para estudiar la micota nativa y debían hacerlo en textos foráneos que enseñaban sobre hongos y setas de sus respectivos países, no de Chile e inducían apreciaciones erróneas en esos estudiantes.

Anoto todo esto, en parte para darle ánimos a quienes pasen por situaciones semejantes a las que me afligieron  y saquen de ellas fuerzas para cumplir sus propósitos y destino. Recuerden “Lo males que no matan, fortalecen”.

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